“Si vivís en una villa y tenes mas de cuatro hijos sos una “negra de mierda”. Maru Botana tiene ocho y es un canto a la vida”

domingo, 25 de septiembre de 2011

República de Chile S.R.L.


Por Damián Patricelli.

¿Hasta dónde llega el mercado? Esa es la cuestión. Si hay algo que atenta con la optimista visión dialéctica de la historia que Hegel nos enseñó, entendida como la negación de la situación establecida para luego confluir en una síntesis superadora que integre los dos estadios anteriores, es la “evolución” que ha adoptado esta especie de entelequia liberal llamada mercado.

Partiendo autoritariamente desde lo que podemos considerar como el nacimiento del pensamiento occidental, el intercambio de bienes para combatir la imposibilidad de la autosuficiencia ya se consideraba determinante en la sociedad griega. Platón en La República elabora teóricamente lo que considera la ciudad ideal e incluye a los mercaderes, intermediarios entre los productores de bienes y los consumidores, como elemento fundamental el tramado social.  Esta corporación fue adquiriendo importancia a medida que las sociedades se hacían más complejas y si bien durante la Edad Media los “estados” (feudos, reinos, ciudades-estado, etc.) totalitarios consolidaron su poder fundado en el derecho natural de los reyes como titulares de un mandato divino, esta situación no se mantendría inmutable por mucho tiempo más. Debemos ubicarnos bruscamente en el descubrimiento de América, en 1492, para entender el inmenso crecimiento de la influencia de esta clase mercantil pre industrial a partir de lo que Marx llamó Proceso de acumulación originaria. A costa de la explotación colonial la floreciente burguesía europea logra concentrar un poder económico nunca antes visto, lo que se traduce indefectiblemente en la consolidación del poder político a partir de la Revolución Americana de 1776 y la Revolución Francesa de 1789.
Este forzado e inmensamente incompleto resumen explica el acceso a los ámbitos de decisión de lo que conocemos como burguesía capitalista lo que en su momento fue un salto cualitativo en la evolución humana, porque es obtuso y poco serio negar la influencia decisiva que los ideales de libertad, igualdad y fraternidad tuvieron en la conformación de los Estados de Derecho que conocemos actualmente. Decididamente el liberalismo político fue un avance importante si hablamos de los derechos individuales y de representación, teniendo en cuenta la situación de totalitarismo esotérico reinante en el Medioevo.
El problema vino después, cuando los fundamentalistas del liberalismo económico creyeron que la mano invisible de Adam Smith (férreo enemigo de los monopolios y del genocidio colonial) era una especie de dios todopoderoso que no se equivocaba simplemente porque no podía hacerlo, porque esa opción no estaba dentro de sus posibilidades, sin advertir que estaban creando un monstruo que más tarde, precisamente ahora, atacaría a sus propios creadores al mejor estilo Frankenstein. El mercado fagocitó todo lo que se le cruzó por delante y redujo al Estado (principalmente en los países del margen como los de Latinoamérica) al rol de gendarme y restaurador de sus intereses supranacionales.
La antinomia liberalismo-intervencionismo tiene un largo recorrido y permite discusiones que van desde las concepciones filosóficas que jerarquizan los valores de cada individuo hasta la imposibilidad de nuestras niñas de disfrutar de sus Barbies a causa de las políticas de comercio exterior. Pero creo que vivimos tiempos propicios para volver a poner límites, derribar dogmas históricos, volverse autoritarios sobre estos aspectos y entender que existen cosas que no se negocian. Por más que los billetes tienten a los dueños del mundo, la educación y la salud son derechos humanos básicos e imprescindibles y su goce no puede estar condicionado por la capacidad económica de la persona titular, el Estado tiene la obligación de garantizarlos a pesar de que no se consideren como inversiones públicas sino como gastos y se los ataque por deficitarios, esa obligación existe por más que para algunos “den pérdidas”. Esta última afirmación hace estremecer a los que insisten en comparar un país con una empresa, a los que confunden la eficacia resultadista con la eficiencia articulada de todos los aspectos que deben ser tenidos en cuenta para tomar las decisiones de poder, orientadas a la mejora de la calidad de vida de la mayor cantidad de gente posible.
Resulta interesante como una realidad que a nosotros nos parece una situación normal (por lo que muchas veces no le damos el valor que merece) como la gratuidad de la educación superior, exigida por la Reforma Universitaria de 1918 pero concretada recién en 1949 mediante el Decreto Nº 29.337 firmado por el Gral. Perón (aunque al socialista Américo Ghioldi no le gustó, las universidades se llenaron de alpargatas y de libros), en el otro lado de la cordillera es un anhelo por el que miles de jóvenes, y no tanto, reciben palazos de una administración que piensa que la educación es un bien de consumo. ¡No Señor Piñera! Usted no puede manejar el Estado como maneja sus empresas, no puede materializar la necesidad de instrucción del pueblo chileno como si fuese una botella de Coca-Cola: el que tiene dinero la compra y el que no toma agua, porque cuando hablamos de educación no tenemos otra opción más económica, directamente nos morimos de sed.
 “[…] Para que termine esta realidad brutal se requiere un profesional comprometido con el cambio social, se necesitan profesionales que no busquen engordar en los puestos públicos en las capitales de nuestras Patrias. La obligación del que estudió aquí es no olvidar que esta es una Universidad del Estado, que la pagan los contribuyentes, que la inmensa mayoría de ellos son los trabajadores y que por desgracia en esta Universidad, como en las Universidades de mi Patria, la presencia de hijos de campesinos y de obreros alcanza un bajo nivel todavía […]”. Esto decía Salvador Allende en la Universidad de Guadalajara, México, en el año 1972, si recordamos el trágico final de este gran presidente chileno podemos concluir que, tanto en nuestro país como en toda América Latina, la conquista, defensa y profundización de los derechos para las mayorías excluidas fueron obtenidas luego de feroces luchas, que nosotros debemos reivindicar y tener presentes a la hora de disfrutar los beneficios que otros consiguieron para ellos y para los que vinimos después y que hoy mismo nuestros hermanos chilenos están tratando de conseguir para ellos mismos, y para los que vendrán.             

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